Mi testimonio necesita reunir ciertas calidades. De otro modo ¿cuál es su objetivo? Es preciso que el testimonio, que es el producto de la sustancia interior de la vida, contenga una carga de bondad, de verdad, de belleza para que perdure.
Esas han sido talvez las notas salientes de los testimonios de los hombres célebres que cruzan las crónicas de la humanidad, testimonios leales, fieles, veraces, auténticos, como el testimonio de pedro que ante la pregunta del Maestro, responde: “Tu eres el hijo de dios” testimonio como los de Galileo Galilei, enfrentado al máximo castigo de Santo Oficio, testimonio como el de Sócrates, condenado a beber cicuta por no creer en los dioses de Atenas; testimonios que son leales, que se vierten al precio que sea necesario para que ellos se den y trasciendan.
Quiero ser testigo, testigo sobre todo de mi vida a la cual aprendí a amar frente a una visión infantil inmolada; y después recordarla y vivirla nuevamente en los momentos gloriosos de ella, de mi ser.
Quiero ser testigo de una historia conocida, iracunda, llena de avatares de esta vida mía.
Quiero ser testigo de sus alegrías, de sus momentos de exultante alegría; quiero ser testigo veraz a través de mis recuerdos, de mis vivencias, usando como instrumento testifical mi propia visión de las cosas, mis emociones, mis rebeldías, mis fugas, quizás mis errores, en todo caso, mis esperanzas e ilusiones, el amor de los míos, el amor de los demás y con los ojos bañados de lagrimas en tantas ocasiones, aquí dentro de mi, dentro de mi propio ámbito y afuera en otras realidades.
Tengo que ser testigo leal, no quiero ser uno que amañe la realidad o la versión de ella para satisfacer sus pasiones o entronizar sus pensamientos preconcebidos de orden moral. No quiero se testigo de prejuicios. Quiero ser testigo de la realidad, estrecharme, acercarme a ella, confundirme con ella para ser, a pesar de mis limitaciones personales, verdadera, genuina y sincera. Para que me crean.
Esas han sido talvez las notas salientes de los testimonios de los hombres célebres que cruzan las crónicas de la humanidad, testimonios leales, fieles, veraces, auténticos, como el testimonio de pedro que ante la pregunta del Maestro, responde: “Tu eres el hijo de dios” testimonio como los de Galileo Galilei, enfrentado al máximo castigo de Santo Oficio, testimonio como el de Sócrates, condenado a beber cicuta por no creer en los dioses de Atenas; testimonios que son leales, que se vierten al precio que sea necesario para que ellos se den y trasciendan.
Quiero ser testigo, testigo sobre todo de mi vida a la cual aprendí a amar frente a una visión infantil inmolada; y después recordarla y vivirla nuevamente en los momentos gloriosos de ella, de mi ser.
Quiero ser testigo de una historia conocida, iracunda, llena de avatares de esta vida mía.
Quiero ser testigo de sus alegrías, de sus momentos de exultante alegría; quiero ser testigo veraz a través de mis recuerdos, de mis vivencias, usando como instrumento testifical mi propia visión de las cosas, mis emociones, mis rebeldías, mis fugas, quizás mis errores, en todo caso, mis esperanzas e ilusiones, el amor de los míos, el amor de los demás y con los ojos bañados de lagrimas en tantas ocasiones, aquí dentro de mi, dentro de mi propio ámbito y afuera en otras realidades.
Tengo que ser testigo leal, no quiero ser uno que amañe la realidad o la versión de ella para satisfacer sus pasiones o entronizar sus pensamientos preconcebidos de orden moral. No quiero se testigo de prejuicios. Quiero ser testigo de la realidad, estrecharme, acercarme a ella, confundirme con ella para ser, a pesar de mis limitaciones personales, verdadera, genuina y sincera. Para que me crean.